El G-20 reunido en la ciudad australiana de Brisbane acordó el 16 de noviembre del año pasado, siguiendo la propuesta del Consejo de Estabilidad Financiera, dar la bienvenida a los “procesos de reestructuración de deuda soberana”. Es una declaración de enorme importancia pues otorga a los Estados una segunda oportunidad de la que ya disponen empresas y familias. Las empresas ante la insolvencia pueden presentar concurso de acreedores y beneficiarse de quitas y esperas. Pueden de este modo liberarse de sus deudas y volver a empezar. Este tipo de reestructuraciones es bueno para la economía pues contribuye a reasignar los recursos en nuevos proyectos empresariales en lo que se ha denominado fresh start. En la mayor parte de los ordenamientos avanzados las familias también pueden beneficiarse de una segunda oportunidad, aunque todavía sea cuestionada en España.
Carece de sentido, penalizar de por vida a una familia quebrada por sobrendeudamiento cuando el banco sabe que jamás cobrará todo su crédito. Por esta razón se permite al deudor de buena fe pagar con lo que tiene y retomar su vida. Ante el hecho evidente de la imposibilidad de cobrar se impone la reestructuración de la deuda. Por supuesto que hay que penalizar a los deudores oportunistas que han recurrido al crédito siendo conscientes de que no iban a poder reembolsar su deuda. Pero también hay que incentivar la diligencia de los acreedores, en particular de los prestamistas profesionales que quisieron hacer negocio por encima de lo razonable. Cuando un banco concede crédito sin evaluar la solvencia del cliente debe hacer frente a sus actos. La concesión irresponsable de crédito también merece una sanción. Lo que no es admisible es que cuando el prestamista profesional fracasa en su negocio busque el rescate con ayudas públicas. Los contribuyentes no tienen porqué rescatar autopistas o países para que la banca no pierda. Cuando la banca gana no reparte sus beneficios entre los ciudadanos. Del mismo modo cuando pierde, por haber hecho mal sus cálculos, debe asumir las consecuencias. Nadie les ha puesto una pistola en el pecho para que financien autopistas o países como Grecia.