Fernando Zunzunegui
La eliminación del dinero en efectivo parece inevitable. El Banco Central Europeo ya ha decidido dejar de emitir billetes de 500 euros. La excusa es que este medio de pago es utilizado para para la evasión fiscal y la financiación del terrorismo. Lo cierto es que la eliminación de los billetes en manos del público es un requisito crucial para aplicar una política monetaria basada en tipos de interés negativos. Esta política supone cobrar por tener el dinero en el banco. La posibilidad de retirar del banco los fondos depositados cuestiona su efectividad. De hecho, los bancos están retrasando el cobro a los depositantes ante el temor de retiradas masivas de fondos. Muchos clientes ante el anuncio del cobro por la custodia podrían decidir sacar el dinero del banco y guardarlo en una caja fuerte. En estos momentos todavía pueden optar entre tener el dinero en el banco o en su casa. No son libres de tener cuenta corriente, pues las relaciones de pagos con la administración deben estar domiciliadas, pero todavía pueden sacar el dinero del banco. Pero esta libertad condiciona la política monetaria y la solución más directa es prohibir el efectivo.
Los bancos centrales tienen la vocación de controlar la economía. Quieren imponer su política. Pero el efectivo en manos del público impugna su poder. Por esta razón se opta por la prohibición del efectivo. Esta medida delimita el derecho de propiedad, afecta a la libertad y constituye una grave amenaza a la intimidad. En dos palabras es inmoral. Se opone a las buenas costumbres.
La desaparición del efectivo consolida el monopolio de la banca sobre el dinero y abre las puertas al control de la economía por parte de los bancos centrales, triunfo definitivo de la financiarización. Tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Con la prohibición del efectivo se elimina el riesgo del contagio de las crisis bancarias. Se acaba con el riesgo de retiradas masivas de depósitos. En ese ámbito, tan solo se permitirá el traspaso de fondos entre entidades del sistema. No habrá fugas. Todo bajo control, incluso los gastos menores de las familias. Con la prohibición del efectivo todo pago será rastreable. Desaparece la intimidad en la economía doméstica. No menos preocupantes serán los efectos sobre el dinero como reserva de valor. Se podrá gravar el ahorro con absoluta facilidad. La devaluación de la moneda será automática. De este modo la banca central podrá penalizar el ahorro e imponer el consumo.
Los más perjudicados serán los más vulnerables. Los sin techo, no bancarizados, caerán en la absoluta exclusión social. Con el efectivo no hay exclusión financiera. Su uso es universal, no excluye a nadie. No hay nada más rápido y cómodo que pagar el café con una moneda.
Es probable que la sociedad civil reaccione volviendo al trueque. Con el fin de preservar las libertades se desarrollarán portales de permuta al margen del sistema de pagos. Las monedas virtuales pueden ser otra alternativa al monopolio bancario si sobreviven a los intentos de colonización por parte de las autoridades monetarias.
Todavía estamos a tiempo de rectificar. En Suecia, una de las sociedades con más intensa eliminación de los pagos en efectivo, ya se ha dado la voz de alerta. Su banco central ha recordado el derecho al efectivo y la obligación de los bancos de facilitar servicios de pagos no digitales, promoviendo una ley que garantice el derecho al uso del efectivo. No es una propuesta contra los avances tecnológicos. Es una propuesta a favor de la libertad. Es legítimo salir del sistema y no utilizar los servicios que ofrece la banca. La prohibición del efectivo supone fijar por ley el carácter forzoso de los depósitos bancarios y el correspondiente servicio de caja. Es una medida contra la libertad económica.