Fernando Zunzunegui
El presidente de la Asociación Española de Banca (AEB), José Mª Roldán, se ha despachado a gusto en su discurso sobre «El modelo de negocio de la banca española». Dice algunas verdades y muchas medias verdades. Toca todos los temas, desde la relación con el cliente al proceso de innovación tecnológica, pasando por el papel de la banca en la crisis.
Roldan reconoce que la banca tiene un problema reputacional serio. Tiene en su opinión una imagen pública mejorable. Lo cual es verdad. Pero a continuación añade que son problemas puntuales y “es injusto que paguen justos por pecadores”, lo cual es una media verdad. Aunque diga que “los bancos no son el problema, sino parte de la solución”, lo cierto que la banca tiene un problema sistémico de mal comportamiento y la recuperación pasa por superar ese problema cambiando su cultura.
Roldan se refiere 32 veces al cliente en su discurso, algo inusual en un presidente de la AEB. En su anterior intervención, sobre el “Entorno de Negocio de los Bancos Españoles”, la usó una vez. Está claro que estamos ante un cambio de actitud, que anuncia un cambio de paradigma en la relación banca-cliente. El pistoletazo de salida lo dio Ana Botín, en su discurso “Generar fortaleza para una recuperación sostenible” de 22 de octubre de 2014, al referirse a la falta de confianza en los bancos, debido a que demasiados banqueros han actuado con negligencia incumpliendo su misión. En esta línea, Roldan incide en la necesidad de atender al cliente a riesgo de perecer. Se pone trágico. Roldan pone las necesidades del cliente en el centro del sistema. De una banca centrada en la colocación de productos, se pasa a una banca de servicios que deben prestarse en interés del cliente.
Roldan defiende la educación financiera como forma de responsabilizar al cliente de sus decisiones financieras, sin hacer mención a los sesgos cognitivos puestos de relieve por IOSCO. “Hay que aumentar la autonomía del cliente y su capacidad de decisión responsable”, dice Roldan. Pero los clientes minoristas, por definición legal, son aquéllos que carecen de la experiencia, conocimientos y cualificación necesarios para tomar sus propias decisiones de inversión y valorar correctamente sus riesgos. Lo que debe hacer la banca con los clientes minoristas es guiarlos en sus inversiones con ofertas adecuadas. El camino no es ni puede ser la conversión de los clientes en profesionales sino el cumplimiento por parte de la banca de sus obligaciones profesionales de adecuar el producto a las necesidades del cliente.
Es cierto, como dice Roldan, que la banca española tiene plataformas tecnológicas con una «Big Data» muy potente. Es también cierto que la “tecnología puede «de-construir» el negocio bancario”. Y que no se puede frenar la innovación tecnológica. Pero no puede compartirse el victimismo frente a la banca paralela, cuando es hija de sus propias iniciativas. Quien ha creado vehículos fuera de balance y ha propiciado el desarrollo de una banca en la sombra más allá del alcance de los supervisores ha sido la banca tradicional. Ahora que se ha hecho mayor y pretende ocupar un lugar en el mercado no es hora de lamentaciones. Es hora de competir. Se queja Roldan de que aplique «precios predatorios», tal vez porque ve los riesgos de la ruptura del monopolio. ¡Qué lejos quedan los almuerzos con el Banco de España! En lo que si estamos de acuerdo es que conviene simplificar las normas y aplicarlas por igual a todas aquellas empresas que presten servicios financieros.
Según Roldan, en tiempos de crisis “los bancos han tenido que ayudar a sus clientes, empresas y familias, a acomodar sus deudas y pagos al empeoramiento de su situación financiera”. Lo cual no es cierto, en primer lugar porque la banca como toda empresa no “ayuda” a sus clientes, realiza negocios. En segundo lugar porque la banca ha congelado el crédito dejando de cumplir su función de canalizar el ahorro a la inversión productiva. Y en tercer lugar, porque lo cierto es que ha incumplido el mandato de Banco Central Europeo de dar crédito con las “facilidades” de liquidez concedidas a las entidades.